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Pausa
Durante media vida lo más trágico que puede pasar es tu propia muerte egoísta, pero entonces llega algo y ¡zas!, te cambia para siempre el epicentro del miedo. Yo descubrí esto arriba de un taxi. Un rato antes me habían pagado un dinero que no esperaba por algo que ni siquiera era un trabajo. Entonces decidí no viajar desde la Capital a La Plata en un micro mugriento, porque lo mínimo que podés comprar con plata inesperada es comodidad. El problema es que elegí a un taxista que estaba a punto de cruzar un límite.
Con los años se aprende que no importa el fútbol: lo que importan son los preinfartos de los que te salvás. Es decir, los recuerdos imborrables que vas a atesorar para contarles a tus nietos.
Algunos padecemos de un terror extraño, que también conlleva una pizca de esperanza: la de ser enterrados en un cajón de madera sin estar muertos del todo.
Entre las variadas reacciones que la opinión pública española experimenta cada vez que la ETA comete un atentado (estupor, hartazgo, impotencia, etcétera), hay una, muy indirecta y quizá frívola, que llama la atención: la mayoría de los españoles se enoja con la prensa británica, se enoja mucho y patalea los días siguientes a cada atentado, a raíz de la forma en que el periodismo inglés informa sobre los hechos en cuestión.
El miedo es un animal dormido que tengo dentro, un animal blanco y desconfiado (parecido a un oso polar) que duerme de día y se despierta de noche. Mi miedo se despierta cuando hay relámpagos en el cielo, o cuando chirría el portón del patio, o cuando la sombra de la ropa mal doblada se refleja en la pared con la forma de mi padre. Su perfil, su mano en alto, su boca abierta.