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Pausa
Cuando cumplí diez años me regalaron el juego de química. No era un juguete como todos los anteriores que yo había tenido, es decir, no era un juguete de una pieza: el juego de química tenía alrededor de doscientas pelotudeces, una más peligrosa que la otra. Tubos de ensayo, pócimas de colores, un microscopio de verdad y hasta un cuchitril para prender fuego igualito al que tengo ahora de la fondiú.
Hay un instante en la noche, antes de quedarme dormido, en el que logro pensar cosas que, casi al mismo tiempo, comienzan a ocurrir. Al principio esta magia me acojonaba mucho, porque creí que tenía que ver con mi enfermedad, pero el doctorcito V. me dijo que se trata de un estado anterior al sueño que experimenta todo el mundo, sin distinción de raza ni religión. A ti, lector, también te ha pasado y te pasa casi siempre, cuando estás muy cansado. Cierras los ojos y te metes de cabeza en «la duermevela», que es un sitio hermoso en el que haces lo que te da la gana.