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Pausa
La broma que le hicimos al Colo se llama «la estrategia del banderín» y siempre salía perfecta, yo no sé por qué esta vez salió mal. Es una broma muy simple: solamente es necesario que la víctima viva en un departamento. La broma requiere de dos elementos nada más: un banderín del equipo de la víctima y un petardo.
Los países que tienen la desgracia de pasar diciembre y enero entre bufandas y estornudos celebran la Navidad sin ganas, como si el festejo fuese una tortura que hay que soportar una vez cada doce meses. Como los chequeos médicos, como las declaraciones juradas.
Han descubierto un nuevo trastorno, pariente directo del Síndrome de Diógenes (aquel que padecen quienes amontonan kilos y kilos de basura en casa) y primo hermano del Trastorno Obsesivo Compulsivo (la enfermedad que hizo popular Jack Nicholson en Mejor imposible).
En estos días en que todo el mundo está disperso, jugando con su nuevo teléfono móvil o preparándose para el año nuevo; en estos días donde no hay nadie en las oficinas o en las escuelas, mi Garrote cumple cuatro años y está un poco nervioso. Un poco asustado también. Hace años, cuando llegué a este hospital (que espero sea el último) eran los primeros días de un diciembre muy frío y muy lluvioso. Yo estaba un poco triste, porque en cada hospital haces buenos amigos, y yo había perdido a los míos.
Cuatro días, once horas y seis minutos le duró al Zacarías la pérdida de su propia identidad. Lo que más me preocupaba a mí ya no era la amnesia propiamente, sino la deshidratación. Andaba vestido de Papá Noel con cuarenta grados a la sombra el pelotudo, y no había manera de convencerlo de que se pusiera algo rojo (si le daba la gana) pero livianito.
El 24 a la tardecita nos fuimos al Parque Municipal para que el Zacarías ensayara de Papá Noel y diera un par de vueltas en la moto con el disfraz puesto. El esquenún se empeñó en usar lentes oscuros para que nadie lo reconociera. Yo le dije: «Pero a la noche no vas a ver nada con eso en la cara». Pero él erre que erre. Dio un par de vueltas y volvimos a casa. Todo normal: nada que indicara la tragedia nocturna.
A veces la crisis tiene sus ventajas. Al Nacho se le ocurrió aprovechar que la gente del barrio no tiene un mango para hacer regalos a los hijos, y el sábado puso un cartel en la puerta de la pizzería.