Play
Pausa
No me gustan las escenas de amor en público por algo que le pasó a un amigo de la escuela a los doce o trece años. Se llamaba Gastón Cupi y me encantaba que me invitara a tomar la leche a su casa: era siempre una aventura. En mi casa todo era normal; Chichita y Roberto eran bastante adultos, o habían madurado pronto, y yo no les podía hablar de cualquier tema, ni mucho menos hacerles cierta clase de chistes. En cambio los padres de Gastón Cupi todavía no habían madurado tanto, eran viejos de treinta y pico pero parecían más jóvenes.
Hay cientos de países en el mundo en donde la gente no se besa de la forma que lo hacemos aquí. Ni labios ni mejillas. En algunos sitios se entrechocan las narices, en otras partes se lamen el cuello, y en ciertas regiones de Oceanía se meten un dedo en la nariz para saludarse y lo quitan para despedirse. Sin embargo, en el reparto a mí me ha tocado España, un país en donde la gente se besa con los labios en las mejillas. Se besan todos, menos yo.
La enfermera Sara ya no sabe qué hacer con el Niño Andoni, que es un interno que actúa como un bebé. Como todo el mundo sabe, las enfermeras de los psiquiátricos son señoras muy especiales, a las que no les gustan los niños, ni lo maternal, ni el romanticismo. Estudian para estar con locos y salvarse así de todo lo ingenuo que tiene la vida fuera de estos muros. Por eso es que la enfermera Sara ahora no sabe qué hacer con el Niño Andoni, que solo quiere cariño, mimos, que le cambien los pañales y que lo arropen durante las noches frías.