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Pausa
Conocí a mi hemisferio derecho de pura casualidad, una tarde desesperada del año noventa y nueve.
Hace unas semanas estuve en Barcelona, visitando a mi hija, y vi a siete policías pegándole a un negro que vendía carteras falsas en una manta, en Las Ramblas. El pobre negro vendía carteras justo enfrente de la vidriera de Dolce & Gabbana, donde se vendían las originales. Es muy loco. En la vidriera de Dolce & Gabbana hay carteras chiquititas, de cuero, a ochocientos euros. Y a veinte metros, en la vereda, los inmigrantes marroquíes venden unas idénticas, pero idénticas, a quince euros.
La primera vez que vi a un famoso fue en Mar del Plata. Yo tenía nueve años y ella era Verónica Castro. Estaba cenando en el mismo restaurante que nosotros.
De a poco se diluye la moda horrible de buscar a cantantes, deportistas y famosos para hacer un poco más atractivos o cercanos a los partidos políticos.
Cuando Joe DiMaggio se separó de Marilyn le vendió a un tal Richard Poncher uno de los nichos donde la famosísima (pero efímera) pareja pensaba descansar en paz.
¿Cómo se llamaba el cuatro de Ferro que ganó el metropolitano del '81? ¿Quién era aquel peladito que trabajaba en La Tuerca? ¡Ay, qué facil es todo para ustedes, los jóvenes! En nuestra época, querido nieto, podíamos estar días enteros con un cosquilleo mortal en en la yema de los dedos a causa de un dato que estaba ahí, a punto de salir, y que no salía. Entre las cosas muertas del pasado, entre los cadáveres que ha dejado Google a su paso, lo que yo extraño es tener cosas en la punta de la lengua.