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Pausa
Me invitaron a un simposio en México para disertar sobre el futuro del libro. La pregunta era: ¿Libro digital o libro de papel en el futuro? Como mi conferencia era el último día, cuando llegué me senté a escuchar a un pelado que hablaba, y enseguida me distraje. En el siglo veinte yo podía concentrarme sin problemas. Podía ir a conferencias largas y prestar atención; pero ahora ya no puedo.
Tengo una hija catalana de quince años que me preguntó ayer, por WhatsApp, por qué todos sus contactos argentinos repetían muchas veces el apellido Fernández en las redes sociales.
La noticia más espantosa de esta semana fue sin dudas el incendio del avión ruso. Y fue espantosa porque uno de los pasajeros, Dmitry Khlebushkin, que ocupaba un asiento de la fila diez, entorpeció la salida para poder salvar su equipaje de mano. Es casi una fábula infantil para enseñarles a los chicos lo que es el egoísmo. ¡Pero no fue una fábula, fue de verdad!
Cuando mi hija cumplió diez años me pegué un susto tremendo. De repente le aparecieron sustantivos nuevos en la boca y la habitación se le llenó de pósteres de cantantes en cuero.
Una vez apareció un humorista de chistes verdes en la tele y dijo que «culo» y «concha» no son malas palabras; que las verdaderas malas palabras son «hambre» y «guerra». Justo pasaba mi hija de cinco años por enfrente y la boluda se pensó que «guerra» era una mala palabra, que era una grosería.
Lo más horrible que me pasó arriba de un taxi empezó en la vereda de la librería El Ateneo. Yo tenía que ir a La Plata y me dio fiaca tomar un colectivo; entonces paré un taxi. Había sido una semana muy rara. Mi papá se había muerto hacía muy poco y yo estaba de casualidad en Buenos Aires por primera vez con mi hija. Era rarísima esta ciudad sin padre y con hija.