Ayer vi una noticia que me trajo algunos recuerdos de la infancia. Era sobre padres que les regalan a sus hijos animales domésticos. Al día siguiente los padres se arrepienten (pues descubren que los cachorros cagan) y los abandonan en contenedores, o en la carretera. La noticia mostraba perros con los ojos tristes, y a unos señores defensores de los derechos animales, muy enfadados. Hasta aquí una típica noticia de Reyes. Pero la tele no decía nada sobre los niños a los que se les regala algo y después se les quita. Muchos defensores de animales y pocos defensores de niños hay en este mundo.
Todavía me tiemblan las patitas... Una cosa es saber que el Nacho va a ser papá, pero otra es ver una ecografía en el monitor; un perfil, unas manitos. Y sobre todo, saber lo que acabo de saber... ¡Es un varón, corazones! Por fin se le vio el pito a la criatura.
Una vez muy cada tanto el Zacarías y el Caio tienen diálogo. Son unas charlas de hombres, secretas, y por eso bajan al garaje para poder hablar tranquilos. La Sofi, el Nonno y yo, inmediatamente, nos metemos en la piecita que tiene la claraboya, con tres vasos, para poder escucharlos mejor.
Gracias a Dios el Nacho se salvó de la conscripción, porque justo ese año Menem la puso voluntaria. El Zacarías siempre dice que si la hubiera hecho no habría salido tan puto, pero yo creo que si me lo ponían al Nacho un año entero con un montón de soldaditos, hoy por hoy en vez de futuro padre sería travesti.
Estoy desinflada, con los ojos abiertos frente al monitor sin animarme a cerrar la ventana del messenger. La familia hace sus cosas alrededor, como si no pasara nada, como si nada se hubiera muerto, como si no me hubieran arrancado un brazo.
El Nachito llamó anoche desde Bariloche. Dice que extraña, que están sobre la pista de la mamá de la Luchía; me dice que está enamorado... Cuando colgué el teléfono, será porque estoy sensible, me senté en el sillón a llorar un poco. No de tristeza ni nada; son esas cosas que a veces hace una y no sabe por qué.
La Sofi entró a la cocina mientras yo estaba machacando las milanesas contra la mesada y me soltó la pregunta sin preámbulos, mirándome a los ojos: «Má, ¿a vos a qué edad te desvirgaron?».
Luchía nos dejó la casa llena de alegría y dibujos. Nos llenó de besos, de acento milanés, de cariño, y se fue a la Patagonia a buscar a su madre, a la que no conoce. El Nacho, enamorado como nunca lo vi en mi vida, se fue con ella.
Estuvimos toda la mañana, el Zacarías y yo, como en una especie de luna de miel. Nos fuimos tempranito en la motoneta a dar la vuelta al Parque Municipal y nos quedamos tomando mate con bizcochitos tirados en un mantel y hablando de la pizzería, de los chicos y de la mar en coche. Después lo dejé en la Municipalidad haciendo los trámites de la habilitación y me vine para casa.
El Nacho habló con mi suegro y lo convenció de poner la pizzería. ¡Así que en unos días empezamos la mudanza! El Nacho no solamente tiene una mente privilegiada y unas ideas perfectas, sino que además sabe explicar las cosas como un duque...