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Pausa
Antes de tocar por última vez la pelota con su pie izquierdo, a las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía mexicano, el jugador argentino ve que ya dejó atrás a Peter Shilton; ve que Valdano arrastra la marca de Fenwick; ve que Raid y que Glenn Hoddle quedaron en el camino.
El otro día sacaba la cuenta: quince mundiales llegó a ver mi viejo en toda su vida. Desde el Maracanazo brasileño en 1950, que él tendría seis años, hasta la final en Berlín 2006. ¡Quince mundiales!
Tengo cuarenta y cuatro años y hace más de cuarenta que el fútbol no me importa. Empezó a no importarme cuando mi padre me dijo, en 1974, que su única ilusión era ver los mundiales acompañado. Yo tenía tres años y solamente buscaba un cosa en la vida: temas para conversar con él. Si mi padre hubiera dicho «mi ilusión es que te gusten los carros de combate alemanes de la marca Panzer», hoy miraría documentales sobre la Segunda Guerra y escribiría cuentos bélicos. Pero no fue así.
Solamente puedo escribir cuando se me antoja. No tengo eso que se llama el oficio. Para peor, se me antojan pocos temas: mi hija, los cambios en la sociedad, el fútbol, la hipocresía en las relaciones y la exageración de un tiempo anterior o un sitio querido. En doce años de archivos no encontrarán más que variaciones sobre esos tópicos. También verán, si navegan un poco, un par de baches de silencio en el blog. Estoy en medio de uno.
Dos meses antes de la Copa del Mundo, cuando vivir y respirar era mucho más fácil que ahora, cuando no se te aparecía en sueños Gonzalo Higuaín habilitado frente a un arco vacío, me comprometí a entregar un trabajo el quince de julio. Ni siquiera era un trabajo pago, sino el pedido de un amigo: «Hola Hernán, elegí los nueve libros que te hayan cambiado la vida y explicá por qué en cien palabras».