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Pausa
Cuando mi hija estaba a punto de cumplir tres años, es decir, cuando iba a empezar la escuela, decidimos irnos de la gran ciudad, que es preciosa pero inmensa, para buscar un pueblo chiquito, una casa con pasto, un lugar con animales cerca.
Mi pueblo natal se llama Mercedes, está en una llanura verde de la provincia de Buenos Aires y cuando lo miro con el Google Maps tiene la forma exacta de dos alegrías que perdí: mi adolescencia y mi padre. Cuando alcancé tardíamente la madurez, a los veinticinco, el pueblo dejó de fascinarme y fui de visita cada vez menos; cuando murió mi padre, en 2008, dejé de ir para siempre.
Cuando nació la Nina no tuve ganas de escribir sobre otra cosa que no fuera el descubrimiento de la paternidad. Yo mismo notaba, en los ojos de todos, el cansancio de mi discurso baboso. En Orsai intenté controlarme, y prometí que sólo escribiría sobre el tema los días veinte de cada mes, y así lo hice durante el primer año. Después conseguí calmar el borbotón, al menos de puertas para afuera. La semana pasada Nina cumplió cuatro años, y hoy casi somos día veinte... Es un buen momento para volver sobre el asunto.
El Caio está enojado consigo mismo y con el mundo, sin ganas de nada, porque acaba de descubrir que Mercedes no es única en el mundo. La primera información le llegó ayer por la mañana, cuando desayunamos en el centro de Azul antes de seguir viaje con «El bólido» arreglado.