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Pausa
Hace muchísimo tiempo, en un planeta que no era éste pero se le parecía un poco en el contorno de la circunferencia, hubo una raza superior a todas las que habitaron el Universo en cualquier época y en cualquier rincón. Eran bellos, inteligentes, generosos, compasivos, valientes y suaves al tacto. En su apogeo como civilización, lograron construir una sociedad perfecta: en su mundo no existía el hambre, ni el trabajo aburrido, ni los abogados, ni la enfermedad, ni la democracia. Se llamaban los metalampos.
Lo más raro que me pasó en la vida fue en 2015, a mediados de 2015. Una lectora se acercó después de una función y me pidió que le firmara un libro. Y yo agarro el libro y le digo:
—¿Cómo te llamás?
—Julieta —me dice.
Hace tiempo salió la noticia de un perro, en Córdoba, que duerme en el cementerio al lado de su dueño muerto. Y que se hizo famoso por eso. Y un día me pregunté: «¿Qué pensará ese perro?». Y me parece que pensaba esto:
Mi mamá, Chichita, una señora dos veces viuda de más de setenta años, se enteró al mismo tiempo de dos noticias: que me había dado un infarto y que me había separado de mi mujer.