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Pausa
La respuesta rápida es por mi hija, por mi esposa, porque tengo una familia catalana. Pero si me preguntan en serio por qué sigo acá, en Barcelona, en estas épocas horribles y aburridas, es porque estoy a cuarenta minutos en tren del mejor fútbol de la historia.
Hace un par de meses, en esta columna, hablé del problema catalán si España se consagraba campeona del mundo en fútbol. «Qué extraña será la sensación de los jugadores catalanes si alzan el trofeo en Sudáfrica», escribí entonces.
Debo advertir, antes que nada, que no sé cómo salió el partido entre Argentina y Alemania. No sé si a estas horas del domingo, mientras ustedes leen el diario, estaremos felices o estaremos tristes. Hoy para mí es viernes y el partido todavía no se jugó. Como ven, tengo la ridícula misión de escribir mi columna un día viernes para que se publique el domingo: son las leyes de la imprenta.
En la Selección Argentina hay tres opciones de mitos griegos: se espera de ellos que aparezcan y reviertan una historia predestinada al fracaso. Uno es Messi, que estuvo a punto de dejar el equipo en las eliminatorias —por la presión exagerada y las dudas de sus compatriotas— y que ahora busca su redención. Otro es, como siempre, Maradona, que si consigue llevar a sus dirigidos a un 11 de julio glorioso se convertirá en directamente en Zeus, sin prórroga ni penales.
Este será el tercer Mundial de fútbol que me toque vivir en Barcelona, y no me acostumbro a la falta de fervor de los catalanes para con la Selección Española, a la que no sienten como propia.
Pobre Messi. Esta semana, después del partido con Alemania en Múnich, la prensa española tituló con mala leche: «Argentina hunde a Messi». Que en idioma más neutro sería decir que un equipo gris no deja lucir al niño mimado, a la luz de sus ojos.
Hace diez años que vivo en España, a miles de kilómetros de casa. Cuando estás lejos, una forma de no perder tu identidad es subrayar delante de los nativos las virtudes de la propia tierra. Se llama chovinismo, pero también se llama orgullo.
Algunos países europeos tienen por costumbre realizar un torneo de fútbol profesional en el cual los equipos grandes y millonarios se ven las caras (por única vez) con los clubes chicos de segunda división regional. En España se llama Copa del Rey y da comienzo todos los años por estas épocas.
Aquí, en España, el negocio del fútbol también genera divisiones políticas, debates, llamadas de trasnoche y comisiones millonarias. En este momento, mientras escribo, se están repartiendo la torta del mismo modo que en Argentina.
Está semana quedó demostrado que un mismo suceso puede servir tanto para infamar a los nuevos métodos digitales de la información, como para denostar a los soportes tradicionales.