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Pausa
Era un loft hermoso, amplio, casi sin muebles. Lo más caro que le compré fue un sommier de plaza y media, con resortes bicónicos, porque en 1998 lo único que me importaba era dormir. Se lo alquilaba a un alemán viudo que vivía en el primer piso con su hija. Hans era un pelado de ojos tristes que recibía el Deutsche Post. Sandra tenía mi edad, unos veintisiete. Cuando Hans me alquiló la casa y me explicó los detalles, no me avisó que su hija tenía problemas.
Una familia ecuatoriana, marroquí, boliviana, rumana o peruana, cuando descubre que lo ha perdido todo, compra un pasaje de oferta y viaja a España para seguir siendo pobre en otro país. Una familia argentina, en cambio, antes de sucumbir económicamente, antes de caer en lo más bajo y hediondo de la indigencia, hace un último esfuerzo y pone un quiosco en su propio barrio. Lo último que hace un argentino antes de bajar los brazos no es buscar nuevos horizontes, sino endeudarse con un proveedor de golosinas.
Una lectora sagaz me dice en el comentario 227 del artículo llamado España, decí alpiste, que Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más joven. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la edad de los países basándome en el sistema perro. Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro es joven o viejo había que multiplicar su edad biológica por 7. Con los países, entonces, hay que dividir su edad por 14 para saber su correspondencia humana.
El amor no tiene edad ni color, es verdad, pero lo de mi suegro y la chinita ya se pasa de amarillo oscuro. Se llevan sesenta y cinco años, ninguno de los dos habla bien ningún idioma serio y lo poco que se comunican es para discutir si los fideos son un invento chino o italiano.
Creo que vuelvo al amanecer con gripe, que no hay escuela, y entonces me quedo en la cama a descubrir la televisión matutina, que es muy rara: primero Telescuela Técnica, después las Manos Mágicas y a las once Patolandia el programa feliz. A dejarme poner la bolsa de agua caliente en los pies. A eso creo que vuelvo cuando voy. Pero también a otras cosas.
Ayer los hombres de la casa (el Nonno incluido) se fueron a Buenos Aires a ver Argentina-Paraguay, y se la llevaron a la Negra Cabeza, que está enamorada del arquero guaraní. Así que la Sofi, la Carmencita y yo aprovechamos para tener una charla íntima de mujeres que, como siempre que está el sexo de por medio, terminó propiamente a las patadas.