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Pausa
Hace poco les conté sobre la muerte de mi lector Basdala. Eran los tiempos en que yo fingía en Internet ser un ama de casa mercedina. Todavía me acuerdo de lo triste que nos puso a todos saber sobre la muerte de ese lector español, un chico joven llamado Miguel Ángel.
Me llegó hace poco un mensaje de un chico en Instagram, no lo conozco. Y el mensaje dice así:
Hola, Hernán, vivo en Nueva Zelanda, y anoche a la tarde salí a correr. Voy escuchando siempre historias tuyas en Spotify. Justo arranca un cuento tuyo donde hablás de que tu viejo se murió y vos no pudiste llorarlo. Yo sigo corriendo. Me conmueve lo que decís, pero lo puedo aguantar. Porque mi papá está vivo, en Argentina.
Desde hace mucho tiempo tengo una teoría que —sintetizada— resulta un poco paranormal, o en cierto punto inmadura, pero que tiendo a seguir al pie de la letra. Yo no suelo hablar mucho de este asunto más que en sobremesas con amigos, donde conozco bien al grupo que me está prestando atención, porque se trata de un pensamiento que puede confundirse con lo místico, o con lo religioso, y me daría mucha vergüenza compartir una postura con Paulo Coelho o con un obispo.
Hace mucho tiempo nos sentábamos con mis amigos alrededor de la mesa, y uno decía: «¿Cómo carajo se llamaba el cuatro de Ferro que ganó el Metropolitano de 1981?». Y al rato otro decía: «¿Quién era ese peladito que trabaja en La tuerca, el que casi no hablaba, pero que tenía la mirada graciosa…?». Y así podíamos estar todo el día.
Los miércoles a las nueve de la noche, hora de Nueva York, la cadena ABC emite una serie que me gusta mucho. A esa misma hora un mexicano llamado Elías, dueño de un vivero en Veracruz, la está grabando a su disco rígido y subirá el archivo a internet sin cobrar un centavo. Tiene esta costumbre, dice, porque le gusta la serie y sabe que hay personas en otras partes del mundo que están esperando verla.
De repente, un video de YouTube recibe un millón de visitas. Su autora, una gordita de Illinois, escribe con el culo en una pizarra.
Como empecé a escribir en Internet justo en los tiempos en que empezaron los blogs, durante un montón de tiempo me llamaron bloguero. O blogger. Las dos palabras son horribles, pero en castellano suena peor «bloguero».
Yo no leo a Borges, yo soy hincha de Borges. Para ser hincha de Borges, pero hincha en serio, es necesario ir todos los domingos a la cancha. No vale con ser simpatizante; es decir, no vale comprarse tres o cuatro libros de Borges durante toda la vida y ponerlos en el estante. No vale haber leído a Borges.