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Pausa
No hace mucho tuve que ir a una cena de parejas. En realidad, una amiga de mi mujer se fue a vivir con un tipo, y mi mujer quería conocer al novio nuevo. Yo fui como adorno. Fui como simetría, un mueble fui en la reunión.
La semana pasada se armó un nuevo debate sobre propiedad intelectual, derecho de autor, piratería. Estos debates se empantanan siempre en el mismo punto: cuando se usa la palabra «robar».
La tarde que el alemán Jürgen Brandes tocó el timbre de la casa de Armin Meiwes, la vida social de la humanidad cambió para siempre. ¿Conocen esta historia? Yo se la voy a contar, pasó en 2001.
La arquitecta Candela Prieto estaba a punto de apagar la compu de su oficina cuando recibió un mensaje en Facebook:
—Hola, me llamo Candela Prieto y tengo diez años. Te escribo desde el pasado. Me alegra saber que en el futuro voy a ser flaca y linda. ¿Me agregás como amiga?
El otro día les conté que hay un tano que tiene mi apellido, o yo el de él. Se llama Mauro Casciari y es mi enemigo número uno desde que me robó el correo [email protected].
A mí me hubiera gustado llamarme Fernández o Pérez. Pero me tocó un apellido menos común.
Escribo esto la tarde del veintisiete de octubre de 2014, mientras espero que Mauro se olvide de pagar la cuota trienal del dominio Casciari.com. No creo que ocurra, porque es un tano muy despierto y metódico, pero por las dudas tengo la tarjeta de crédito a mano. Ya hice guardia vana en 2008, en 2011 y me toca de nuevo hoy. Pero esta vez no estoy solo en la trinchera: me acompaña mi hija.
En algún momento de este siglo descubrí que ya no quería escribir más como antes. Quiero decir: nunca más a solas, con la Olivetti en la cocina, viendo crecer las páginas sin mostrarle a nadie cada capítulo o cada cuento, sin la invasión permanente de los lectores, sin la adrenalina del borrador a la vista.
Debo advertir, antes que nada, que no sé cómo salió el partido entre Argentina y Alemania. No sé si a estas horas del domingo, mientras ustedes leen el diario, estaremos felices o estaremos tristes. Hoy para mí es viernes y el partido todavía no se jugó. Como ven, tengo la ridícula misión de escribir mi columna un día viernes para que se publique el domingo: son las leyes de la imprenta.