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Pausa
Tengo la teoría de que la carcaza de la cabeza tiene un espacio limitado, y que cada vez que memorizás una información, otra información ya antigua se cae, se pierde, se muere. ¿Pero escogemos lo que borramos, o eliminamos al azar? Elegir lo que vamos a olvidar es lo que diferencia a los humanos de los primates y de las cajeras del Carrefour.
Once y media de la mañana. Lucas y Alex juegan en el arenero, durante el recreo largo. Alex, más retraído que de costumbre, espera el momento propicio para confesarle algo a su amigo.
Once de la mañana, comedor de la casa de Alex. Los dos amiguitos, de cinco años, miran el Disney Channel sin ganas, mientras toman el Nesquick. Lucas hojea una revista y pone mute intempestivamente con el control remoto.
Cuando ayer los chicos me pidieron permiso para hacer un picnic nocturno en casa con algunos amigos, yo como una pelotuda me acordé de mis tiempos, el juego de la botella, la mancha venenosa, las charlas de amores desencontrados, el fútbol mixto (que era el único deporte que te excitaba un poco) y les dije que sí. ¡Qué decisión equivocada!
Lucas y Alex juegan en la placita del Hospital, bajo un sol radiante. Cada uno en un extremo del subibaja, conversan al ritmo del ir y venir de sus cuerpos. Tarde de miércoles en Mercedes.ALEX.- Estoy medio confundido, Lucas: ayer se me paró el pito, pero no sé si asustarme o ponerme contento.
Diez de la mañana. Alex y Lucas están haciendo monigotes de arcilla en la mesita de Sala Verde, supervisados a veces por la señorita Claudia, y otras veces solos. Los demás niños, en grupos de a dos, hacen lo mismo en otras mesas.
Cuando se abre el telón Alex y Lucas ya están en el centro de la escena, conversando sin mirarse. No tienen más de cinco años cada uno. Están en el arenero de un espacio público, rodeados de baldecitos, moldes y juguetes.