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Pausa
Leí esta semana que Benedicto XVI se reunió con Susanna Maiolo, la muchacha italiana que, mientras se celebraba en Roma la Misa de Gallo pasada, se le tiró encima y lo hizo caer. ¡Y la perdonó!
Una doble campaña publicitaria —con tintes de revolución religiosa y conmoción vehicular— ha ganado las calles de Barcelona, Málaga y Madrid. Desde hace ya tres semanas puede verse, en los laterales de los colectivos de línea españoles, una publicidad enorme que dice, textualmente en letras mayúsculas, rojas y negras: «Probablemente Dios no existe; deja de preocuparte y disfruta de la vida».
Apostasía es la nueva palabra de moda del progre europeo, y también el más moderno temor de la Iglesia Católica.
Conocí una vez a un loco (no estábamos en este hospital) que había descubierto una dieta milagrosa. Yo entonces estaba menos gordo que ahora, pero me preocupaba más mi silueta, y accedí a que me usara como conejillo de indias.
Hay dos clases de miserables que te tocan el timbre antes de las nueve: los vendedores y los cobradores. Sólo se diferencian en que los cobradores no sonríen cuando les abrís. El que me tocó el timbre ayer era un vendedor. Tenía esa sonrisa amable que pide a gritos una trompada. Yo, en piyama, no tuve reflejos ni para cerrarle la puerta en la nariz. Entonces él sacó una planilla, me miró, y dijo algo que no estaba en mis planes.
El miércoles pasado se nos presentó la disyuntiva: ¿abrimos la pizzería en Semana Santa o nos quedamos panchos en casa, sin trabajar hasta el lunes? Muy devotos no somos, la verdad. Pero trabajadores, menos. Así que nos pasamos la tarde dándole vueltas al tema. Por suerte, a falta de las ideas marquetineras del Nacho, el Nonno tuvo una ocurrencia que nos llenó de clientes el negocio.
Me desayuné con una noticia muy triste. El diario de esta mañana dice que la Madre Teresa de Calcuta se murió por culpa de un corte de luz. La santa estaba en un hospital de Calcuta, con un problema al corazón, saltaron los tapones y a la mierda la santa.