Play
Pausa
Tengo cuarenta y cuatro años y hace más de cuarenta que el fútbol no me importa. Empezó a no importarme cuando mi padre me dijo, en 1974, que su única ilusión era ver los mundiales acompañado. Yo tenía tres años y solamente buscaba un cosa en la vida: temas para conversar con él. Si mi padre hubiera dicho «mi ilusión es que te gusten los carros de combate alemanes de la marca Panzer», hoy miraría documentales sobre la Segunda Guerra y escribiría cuentos bélicos. Pero no fue así.
Es difícil explicar lo que sentimos, estando aquí, tan lejos, cuando nos llegan de Argentina buenas noticias. Aunque parezca mezquino (y no lo es) la felicidad se nos empaña con el aliento de una tristeza vaga.
¿A que cuesta explicar la patria en abstracto? Ustedes, los que viven en ella, están casi obligados a hacerlo en estos días, por culpa del Bicentenario. Se rompen la cabeza para encontrarle una respuesta a dos preguntas: ¿qué es Argentina?, ¿qué es ser argentino?
A quince días del Bicentenario, la comunidad de argentinos que vivimos en España sentimos que nuestro festejo parecerá un oxímoron. ¿Vamos a festejar qué? Si en España ni siquiera se le llama comunidad al grupo de personas que comparten raíz: le llaman colectivo.
La noche del 27 de diciembre de 2001, una semana después del caos, ya habíamos tenido cuatro nuevos ex-presidentes, y yo buscaba con desesperación, en Barcelona, un bar con TV satelital para ver a Racing salir campeón en un país que se estaba cayendo a pedazos.