Play
Pausa
Quedarse solo en la casa sin los padres debe ser la situación más excitante de la adolescencia. En mi pueblo natal, Mercedes, solamente nos quedábamos los peores, los que no estudiábamos nunca en invierno y teníamos que rendir una docena de materias.
Me escribe, muy molesto, un lector vía mail: «Aunque tus personajes hablaban 'en argentino', tu deber es escribir con corrección. Y tu deber, en este caso, es saber que las palabras graves no llevan tilde cuando acaban en ene, ese o vocal». Y como no es la primera vez que me hacen esta acusación tan seria, aprovecharé las vacaciones para explicar por qué, a veces, nuestro único deber es que la gramática nos chupe un huevo.
Podés deshacer las valijas, empezar a archivar la ropa de verano, mirar si no se murió ninguna planta, ver si el Cantinflas tiene comida y agua, llamar por teléfono al banco para que te perdone, saludar otra vez a los vecinos, escribir tu primer apunte después de un mes de silencio, despertar a la Sofi para que vaya al colegio, planchar delantales, tomar mate en el patio, darte cuenta que no hay café, que se acabó el detergente, que la vida sigue; podés retomar tus días como si nunca te hubieses ido...
Para esta época empezamos a decidir a dónde vamos a decirles a los vecinos que nos vamos de vacaciones. Lo que hacemos en realidad es encerrarnos quince días en casa sin asomar la nariz a la puerta, pero igual hay que poner un lugar.