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Pausa
Dos veces a la semana suena el teléfono en casa, o el timbre, y del otro lado aparece un encuestador. Cada vez hay más y se presentan mejor preparados. Con el tiempo, han aprendido a ser inmunes al NO. Saben minimizar las excusas y están por todas partes, mendigando quince minutos de nuestras vidas. Si un día la Tierra padeciera un conflicto químico que aniquilase todo —plantas, animales, gente— seguirían sonando los teléfonos por la mañana. El encuestador es la nueva cucaracha del mundo.
Hace un montón de años (yo creo que fue en el siglo pasado, porque tengo el recuerdo del logotipo de Nuevediario), ocurrió en el noticiero una cosa única. Un chico de quince años había atropellado con el auto a otro chico. Sin carnet y posiblemente borracho, se había escapado sin ayudar.
Hace tiempo salió la noticia de un perro, en Córdoba, que duerme en el cementerio al lado de su dueño muerto. Y que se hizo famoso por eso. Y un día me pregunté: «¿Qué pensará ese perro?». Y me parece que pensaba esto:
En 1994 hubo en Ruanda una guerra civil entre dos tribus que les costó la vida a ochocientas mil personas analfabetas de color negro. La tapa de los diarios, al día siguiente, no decía nada.
De repente, un video de YouTube recibe un millón de visitas. Su autora, una gordita de Illinois, escribe con el culo en una pizarra.
Esta semana vi en la tele y en los diarios las fotos públicas que circulan con la cara del pediatra acusado de pedófilo. En algunas aparece con el rostro difuminado, en otros casos no.
Cada vez que suena el fijo, en casa, son encuestadores. Quieren saber qué diario leo, a qué candidato voy a votar, si lo odio a él o si la odio a ella… Al día siguiente los diarios dan los resultados de las encuestas. Es decir, la prensa nos comunica qué piensa cada uno de nosotros, qué vamos a hacer, qué voy a hacer.
Una vez apareció un humorista de chistes verdes en la tele y dijo que «culo» y «concha» no son malas palabras; que las verdaderas malas palabras son «hambre» y «guerra». Justo pasaba mi hija de cinco años por enfrente y la boluda se pensó que «guerra» era una mala palabra, que era una grosería.