Play
Pausa
La noche del veintisiete de diciembre de 2001, una semana después del gran quilombo, ya habíamos tenido cuatro nuevos expresidentes y yo buscaba con desesperación, en Barcelona, un bar con televisión satelital para ver a Racing salir campeón en un país que se estaba cayendo a pedazos.
Estoy en San José de Costa Rica y llueve. Acabo de pedir un café y abro la portátil. De repente aparezco etiquetado en una foto de Facebook y pienso que se trata de un error, porque a primera vista no me veo en la imagen. Es nomás un segundo, menos incluso de un segundo, hasta que entiendo. Me quedo mirando la foto con los ojos abiertos y sin pestañear; pasa un rato, después otro rato, y mi gesto sigue congelado.
Hay un segmento en el canal EuroNews en el que ofrecen diversas noticias del mundo con imágenes y audio original, sin locutores ni entrevistas. Es un experimento informativo estremecedor que nos acerca a las realidades del mundo desde lo sensorial.
Voy a contar algo que ocurrió hace un mes y que, por un momento, nos pareció un milagro de entrecasa. Podría narrar el milagro sin dar a conocer su lógica interna, escondiéndoles a ustedes la explicación que lo desbarata. Pero no haré eso, porque me quedaría un cuentito fantástico y nada más. Voy a narrar los hechos sin trucos. Ustedes verán a las marionetas pero también los hilos que las mueven. Dicho esto, la historia empieza con una mujer, sentada en un sillón, y sigue con una chica de once años que va en coche por la ruta.
De todas las medicinas alternativas que existen, yo prefiero la acupuntura por tres razones: 1) pinches donde te pinches siempre alguna cosa del cuerpo te vas a curar; 2) alfileres existen en todas partes y no necesitas receta médica para que te los compren; 3) es algo chino, y todo lo chino es bueno, o por lo menos barato, que es casi lo mismo. Yo me acupunturizo sin ayuda desde hace bastantes años y a veces me siento un poco mejor.
Desde que estoy aquí he aprendido a perder las esperanzas sobre algunas de las formas de la felicidad. Por ejemplo, sé que no será mía la felicidad del amor correspondido, ni la felicidad de los millones en el banco, ni la felicidad de pisar la hierba en el parque cuando se me antoje, ni la felicidad de elegir lo que voy a cenar esta noche. (Ay, cómo echo de menos estas formas naturales de la dicha...). Pero hay otras felicidades, pequeñas quizás, menos valoradas por la gente libre, que sí puedo alcanzar cuando quiero. Son cuatro y las voy a explicar.
La noche del 27 de diciembre de 2001, una semana después del caos, ya habíamos tenido cuatro nuevos ex-presidentes, y yo buscaba con desesperación, en Barcelona, un bar con TV satelital para ver a Racing salir campeón en un país que se estaba cayendo a pedazos.