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Pausa
Hace unos meses recibí un mail de una revista de Bruselas: me querían hacer un reportaje telefónico. Les dije que sí y tuvimos una charla por Skype muy simpática, nunca supe muy bien sobre qué. Después me olvidé de todo hasta hace dos semanas, que me escribieron de nuevo. Ahora me pedían permiso para mandar a un dibujante a casa. Me pareció extraño porque en general mandan fotógrafos, pero les dije que bueno.
Dos meses antes de la Copa del Mundo, cuando vivir y respirar era mucho más fácil que ahora, cuando no se te aparecía en sueños Gonzalo Higuaín habilitado frente a un arco vacío, me comprometí a entregar un trabajo el quince de julio. Ni siquiera era un trabajo pago, sino el pedido de un amigo: «Hola Hernán, elegí los nueve libros que te hayan cambiado la vida y explicá por qué en cien palabras».
Lo que voy a contar pasó cuando todavía existían las pesetas, exactamente el día que me quedé sin ninguna. Con treinta años recién cumplidos, yo vivía en una pensión del barrio de Gràcia. Una cama, un escritorio, el baño afuera. Hacía poco que estaba en Barcelona y Cristina ya me había empezado a pagar los cigarros.
La respuesta rápida es por mi hija, por mi esposa, porque tengo una familia catalana. Pero si me preguntan en serio por qué sigo acá, en Barcelona, en estas épocas horribles y aburridas, es porque estoy a cuarenta minutos en tren del mejor fútbol de la historia.
En algún momento de este siglo descubrí que ya no quería escribir más como antes. Quiero decir: nunca más a solas, con la Olivetti en la cocina, viendo crecer las páginas sin mostrarle a nadie cada capítulo o cada cuento, sin la invasión permanente de los lectores, sin la adrenalina del borrador a la vista.
Hace un par de meses, en esta columna, hablé del problema catalán si España se consagraba campeona del mundo en fútbol. «Qué extraña será la sensación de los jugadores catalanes si alzan el trofeo en Sudáfrica», escribí entonces.
Este será el tercer Mundial de fútbol que me toque vivir en Barcelona, y no me acostumbro a la falta de fervor de los catalanes para con la Selección Española, a la que no sienten como propia.
¿A que cuesta explicar la patria en abstracto? Ustedes, los que viven en ella, están casi obligados a hacerlo en estos días, por culpa del Bicentenario. Se rompen la cabeza para encontrarle una respuesta a dos preguntas: ¿qué es Argentina?, ¿qué es ser argentino?