Play
Pausa
Mi mamá, Chichita, una señora dos veces viuda de más de setenta años, se enteró al mismo tiempo de dos noticias: que me había dado un infarto y que me había separado de mi mujer.
Esta semana leí que, en la ciudad de Buenos Aires, el 80% de los matrimonios se separa antes de los diez años de convivencia. Un porcentaje de error enorme. Y a pesar de esa estadística, en este momento de la mañana, en alguna oficina, en alguna plaza de Buenos Aires, dos personas desconocidas empiezan a charlar (ahora mismo debe estar pasando) y se gustan. Y así empiezan, de a poco, a convertirse en el ochenta por ciento de la década que viene.
Cuando Cristina y yo nos separamos, después de quince años de convivencia, nos pusimos orgullosos por haber tomado una decisión tan importante sin gritos, como gente educada. Pero enseguida nos topamos con un problema: no sabíamos cómo darle la noticia a nuestra hija de once años.
Desde hace años viajo mucho y, como odio los hoteles, elijo casas por internet. Los anfitriones las ponen a disposición y nosotros, los huéspedes, las habitamos. A veces una semana, a veces tres días. Para no tener sorpresas, suelo prestar atención a las evaluaciones que otros hicieron de las casas a las que iré. Y siempre elijo anfitriones confiables. El diciembre pasado alquilé una casa de fin de semana en Montevideo. La elegí lejos del centro y me equivoqué, porque justo me infarté en el living y casi me muero.