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Pausa
Yo estaba pasando ese verano en Mercedes porque mis viejos estaban de vacaciones afuera. Creo. Chiri llegaba los viernes de Buenos Aires muy de madrugada, y pasaba por mi casa para ver si yo estaba despierto. Si veía luz en la pieza, me tocaba el timbre y nos íbamos a emborrachar por ahí.
Mi pueblo natal se llama Mercedes, está en una llanura verde de la provincia de Buenos Aires y cuando lo miro con el Google Maps tiene la forma exacta de dos alegrías que perdí: mi adolescencia y mi padre. Cuando alcancé tardíamente la madurez, a los veinticinco, el pueblo dejó de fascinarme y fui de visita cada vez menos; cuando murió mi padre, en 2008, dejé de ir para siempre.
La primera vez que pensé en el futuro fue una tarde de invierno de 1978, en la platea de la cancha de River. Paolo Rossi acababa de meterle un gol a Austria. Era la primera vez que yo estaba en un Mundial, y la suerte había querido que fuera en casa. Me resultó conmovedora esa fiesta de los ojos, todos aquellos gritos y colores, y le pregunté a mi papá cada cuánto tiempo habría mundiales en la vida.
Siempre me arrepentí de esto que voy a contar. Estábamos en el Tortoni, en las tertulias de los jueves. Había viejos que leían cosas, pero nosotros íbamos a emborracharnos. Uno de esos jueves el poeta Salas golpeó la mesa y se quedó en silencio, humillado, mientras nos cagábamos de la risa. No lo dejábamos leer, nadie le prestaba atención. Yo, sobre todo. Los demás no sé por qué no le hacían caso: yo no le hacía caso porque no lo conocía. No sabía que él era Salas, no sabía nada sobre los poetas que habría de adorar en mi futuro.
Las imágenes violentas que ocurren en las escuelas del mundo se ven, ahora, por la tele: un alumno italiano manosea a su profesora ante la burla cómplice de sus compañeros; dos chicas, en un aula de México, se golpean hasta sacarse sangre (pero ninguna llora); una docente argentina lleva el pelo en llamarada mientras un estudiante escapa, encendedor en mano...