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Pausa
Cuando se abre el telón, Alex y Lucas ya ocupan el centro de la escena, y están conversando con tranquilidad. No tienen más de cinco años cada uno, y son amigos desde siempre. Están en el arenero de la plaza del Hospital, rodeados de moldes, baldes de colores y juguetes. Es una mañana calurosa en Mercedes.
Imagínate que tienes que hablar con un doctor sobre lo que has hecho y lo que has pensado. Imagínate que llevas años hablando con este doctor, quien jamás ha faltado a la cita ni por lluvia ni por hemorroides. Imagínate que vives encerrado y nunca tienes nada que hacer ni pensar. Pero debes hablar de algo, no te permiten hacer silencio. Tú dirás: «Es imposible, Xavi, nadie podría hablar tanto». Pues no, no es imposible. El doctorcito V. y yo lo hacemos los martes, los jueves y los sábados. Los locos y los psiquiatras somos animales de costumbres. Lo que más nos gusta es hablar por hablar.
La comida de aquí no es mala, como muchos piensan. Suele haber paella, flan de huevo, pan del día, pollo, carnes magras y también frutas. La comida está muy bien, la verdad; lo que ocurre es que cuando te vuelves enfermo te pones enseguida muy exquisito del paladar. Lo mismo pasa cuando estás preso o cuando te llaman de la mili. Siempre quieres algo mejor, siempre te aburres con lo que hay. Las personas encerradas, en general, solemos ser un poco tiquismiquis y también mal agradecidas.
Uno de los grandes prejuicios del hombre normalito es pensar que los enfermos mentales no nos lavamos, ni nos cepillamos, ni nos enjuagamos la boca después de comer tierra. Y eso es mentira. Puro racismo y pura ignorancia. Gente sucia tenemos aquí dentro tanto como tenéis vosotros en las calles, y a veces los hay más guarros fuera de los hospitales que dentro (por ejemplo en Francia). Aquí, en las residencias mentales de España, somos todos muy limpios.
Siempre tuve suerte con las mujeres. En mi adolescencia fui dicharachero y sociable. También fui guapo. Es que tengo los ojos verdes, y eso ayuda mucho. Los ojos verdes los heredé de mi padre, es una de las cosas buenas que me llevé. La nariz de mi madre. Y la barbilla, no sé. Los ojos verdes son una de las cosas que me hicieron tener gran éxito con las chicas.
Ocho treinta de la mañana. Es un plácido día de sol en Mercedes y todos los niños del jardín de infantes revolotean alrededor de las hamacas y los subibajas. Lucas y Alex, dos amigos de cinco años, conversan durante el recreo.