Play
Pausa
La nueva y más flamante pesadilla del europeo, por pura casualidad del destino, es hoy un grupo incierto de africanos oscuros, subidos a una embarcación, intentando —por mar— sacar algún provecho de la riqueza ajena.
Los que vivimos tan lejos, con un Atlántico en el medio, tenemos un tema tabú. Sabemos (nos aterra saberlo) que alguna vez tendremos que sacar un pasaje urgente, viajar doce horas en avión con los ojos desencajados, para asistir al entierro de uno de nuestros padres, que ha muerto sin nuestra cercanía. Es un asunto horrible que ocurre tarde o temprano, por ley natural. No es una posibilidad, es una verdad trágica que nos acecha cada vez que suena el teléfono de madrugada. Pues bien. Mi teléfono ha sonado.
Uno de los grandes prejuicios del hombre normalito es pensar que los enfermos mentales no nos lavamos, ni nos cepillamos, ni nos enjuagamos la boca después de comer tierra. Y eso es mentira. Puro racismo y pura ignorancia. Gente sucia tenemos aquí dentro tanto como tenéis vosotros en las calles, y a veces los hay más guarros fuera de los hospitales que dentro (por ejemplo en Francia). Aquí, en las residencias mentales de España, somos todos muy limpios.
Cuando uno llega a España no entiende muchas costumbres, pero creo que la más terrible (por encima del terrorismo y el tamaño ridículo de los yogures) es por qué insisten en descuartizar a la vaca muerta sin pedir consejos. ¿Por qué reinciden en el corte transversal paralelo al nervio, si ya saben que así no es? ¿Por qué el carnicero finge no saber qué significa «colita de cuadril» cuando es obvio que sí lo sabe, y pone cara fastidio cuando un cliente, nacido en un país ganadero y democrático, le pide un kilo?