Play
Pausa
Algunos tenemos una especie de enfermedad o fobia (yo la tengo), un terror extraño, que también conlleva una pizca de esperanza, que es el miedo de ser enterrados en un cajón de madera sin estar muertos del todo. ¡Pánico le tengo a eso!
Lo más raro que me pasó en la vida fue en 2015, a mediados de 2015. Una lectora se acercó después de una función y me pidió que le firmara un libro. Y yo agarro el libro y le digo:
—¿Cómo te llamás?
—Julieta —me dice.
Hace tiempo salió la noticia de un perro, en Córdoba, que duerme en el cementerio al lado de su dueño muerto. Y que se hizo famoso por eso. Y un día me pregunté: «¿Qué pensará ese perro?». Y me parece que pensaba esto:
En 1994 hubo en Ruanda una guerra civil entre dos tribus que les costó la vida a ochocientas mil personas analfabetas de color negro. La tapa de los diarios, al día siguiente, no decía nada.
Querido nieto, ojalá alguien te muestre esto cuando cumplas doce, trece años. Me hubiera gustado tener esta charla con un hijo varón, pero solamente tuve mujeres; una de ellas, tu madre. Así que hablo con vos. También me hubiera gustado conocerte, pero ya ves, los abuelos gordos y fumadores duramos poco. Además, las personas se conocen de verdad con la costumbre de los días. No tendremos —no vamos a tener— esa suerte. Yo no te voy a conocer.
Era diciembre, yo tenía una novia nueva, flamante, y alquilamos una casa de fin de semana en Montevideo. Elegí esa casa por Airbnb, la elegí lejos del centro y me equivoqué, porque justo me infarté en el living de esa casa, y el primer hospital estaba en la concha del mono, lejísimos.
Hace muchísimo tiempo, en un planeta que no era este, hubo una raza superior. Eran bellos, eran inteligentes, generosos. Habían construido una sociedad perfecta: en su mundo no existían el hambre, ni el trabajo aburrido, ni los abogados, ni la enfermedad, ni la democracia. Se llamaban los metalampos.
La noticia más espantosa de esta semana fue sin dudas el incendio del avión ruso. Y fue espantosa porque uno de los pasajeros, Dmitry Khlebushkin, que ocupaba un asiento de la fila diez, entorpeció la salida para poder salvar su equipaje de mano. Es casi una fábula infantil para enseñarles a los chicos lo que es el egoísmo. ¡Pero no fue una fábula, fue de verdad!
Desde chico descubrí que soy un uruguayo atrapado en el cuerpo de un argentino. Ya de chiquito pensaba, vivía y sentía como uruguayo, por más que tratara de ocultarlo, sobre todo por el qué dirán. Mi mamá se dio cuenta una tarde que me vio tomando mate con la silla al revés.
La primera vez que pensé en el futuro fue una tarde de invierno del año 1978, en la platea de la cancha de River. Paolo Rossi acababa de meterle un gol a Austria. Era la primera vez que yo estaba en un mundial, y la suerte había querido que fuera en casa.