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Pausa
Hay un instante en la noche, antes de quedarme dormido, en el que logro pensar cosas que, casi al mismo tiempo, comienzan a ocurrir. Al principio esta magia me acojonaba mucho, porque creí que tenía que ver con mi enfermedad, pero el doctorcito V. me dijo que se trata de un estado anterior al sueño que experimenta todo el mundo, sin distinción de raza ni religión. A ti, lector, también te ha pasado y te pasa casi siempre, cuando estás muy cansado. Cierras los ojos y te metes de cabeza en «la duermevela», que es un sitio hermoso en el que haces lo que te da la gana.
En esta columna del periódico tengo una lectora que me deja mensajes cuando está mirando la luna. En su homenaje, o por su culpa, cada vez que veo la luna en el patio del hospital recuerdo a esta lectora, que suele firmar como Arcángel. No es que yo quiera recordarla, es que aquí no tengo demasiadas cosas que asociar con la luna, ni demasiados amigos o conocidos en los que pensar mientras la observo por las noches. Todo lo que ocurre aquí dentro es de una rutina pegajosa; nada me conmueve más que mirar la luna hasta quedarme dormido.
De noche, cuando en casa mi vieja duerme, salgo a lo oscuro y me escondo atrás de un zaguán o de una enredadera o del baldío de Suárez. Cuando aparece una (puede que me pase dos horas esperando, porque en Mercedes de noche no andan mujeres), sea linda o sea fea, le tapo la boca con la mano y la arrastro hasta el terrenito que está pasando DuPont.