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Pausa
Yo no leo a Borges, yo soy hincha de Borges. Para ser hincha de Borges, pero hincha en serio, es necesario ir todos los domingos a la cancha. No vale con ser simpatizante; es decir, no vale comprarse tres o cuatro libros de Borges durante toda la vida y ponerlos en el estante. No vale haber leído a Borges.
No hace mucho tuve que ir a una cena de parejas. En realidad, una amiga de mi mujer se fue a vivir con un tipo, y mi mujer quería conocer al novio nuevo. Yo fui como adorno. Fui como simetría, un mueble fui en la reunión.
Salir de casa para cenar con gente implica una serie de actividades molestas: bañarse, vestirse, perderse un partido de la Eurocopa, comprar un vino caro, sonreír dos horas sin ganas, a veces tres. Que te acompañen por las habitaciones para que veas una casa que no te importa. Dejar a tu hija con los abuelos, extrañarla. Cenar sin tele, sin cocacola, comer ensalada de primer plato, no desentonar, no fumar si no hay ceniceros a la vista. Muchísimo menos sacar la bolsita feliz. Son demasiadas cosas para la edad que tengo.
Podés deshacer las valijas, empezar a archivar la ropa de verano, mirar si no se murió ninguna planta, ver si el Cantinflas tiene comida y agua, llamar por teléfono al banco para que te perdone, saludar otra vez a los vecinos, escribir tu primer apunte después de un mes de silencio, despertar a la Sofi para que vaya al colegio, planchar delantales, tomar mate en el patio, darte cuenta que no hay café, que se acabó el detergente, que la vida sigue; podés retomar tus días como si nunca te hubieses ido...
La forma en que el Zacarías demuestra sus celos se conoce que es un poco prehistórica. Me parece a mí que su manera de delimitar lo que es suyo la aprendió de sus antepasados, los rinocerontes. Porque yo no creo que mi marido descienda de los monos, que son unos bichos tan simpáticos.
Anoche el Zacarías se acostó chinchudo, me miraba de reojo y no me dirigía la palabra. Le pregunté qué le pasaba y me pone cara de carnero degollado:
—¿Qué me pasa? Que cuando está ese cocinero gilastrún movés el culo y te reís fuerte, eso me pasa —dicho lo cual me da la espalda en la cama.
El Zacarías solamente fuma después de juntar los pelos conmigo. Es decir que el cigarro que se fumó hace un rato era de un paquete de Galaxy suaves, una marca que no se fabrica desde que existía la UCR. Y claro, le cayó mal y tuvo que salir corriendo para el baño haciendo arcadas. Yo me quedé en la cama, relajada como esa gente del Tíbet, toda despatarrada, con el peinado hecho un asco y con un sentimiento de paz que la última vez que lo tuve fue cuando fuimos a ver al Papa a Luján.