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Pausa
Acaba de llegarme el título de propiedad de un terrenito que me compré en la Luna. Me costó 20 dólares —gastos de envío aparte— y lo pagué con tarjeta. Además del certificado con mi nombre grandote, me vino por correo una foto satelital de mi parcela. No sé si ustedes estarán viendo la Luna, pero si la tienen a mano dibujen en ella una cara imaginaria. Mi terrenito estaría sobre el ojo derecho. La región se llama Lago de los Sueños (Lacus Somniorum en latín) y está casi saliendo del Mar de la Serenidad, como quien va al Cráter Posidonius.
Me llegó hace poco un mensaje de un chico en Instagram, no lo conozco. Y el mensaje dice así:
Hola, Hernán, vivo en Nueva Zelanda, y anoche a la tarde salí a correr. Voy escuchando siempre historias tuyas en Spotify. Justo arranca un cuento tuyo donde hablás de que tu viejo se murió y vos no pudiste llorarlo. Yo sigo corriendo. Me conmueve lo que decís, pero lo puedo aguantar. Porque mi papá está vivo, en Argentina.