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Pausa
Esta semana la prensa recogió algunos extraños casos de mala suerte. El primero, y más reciente, le ocurrió a Sean Hodgson, un inglés de 58 años que, hace treinta, fue juzgado y encarcelado en Londres por el asesinato de una camarera.
Lo primero que hizo la policía alemana el miércoles, después de levantar los cadáveres de dieciséis personas en el colegio de Winnenden, fue entrar a la habitación del chico Tim Kretschmer y confiscarle la computadora para ver cuáles eran sus videojuegos violentos. No encontraron ninguno: ni el Grand Theft Auto, ni el NARC, ni tampoco el Killer 7.
La prensa europea me está sorprendiendo estos días. Le está dando a la tragedia de Haití una cantidad de páginas en prensa, y de minutos en televisión, muy superior a la que suelen dar a la gente negra que se muere en países distantes y pobres.
Dos tragedias similares, aunque con desenlaces distintos, ocurrieron ayer en Argentina y España a causa de la tradicional costumbre que tienen los adolescentes de burlarse de los compañeros de aula más introvertidos o estúpidos o deformes. En Buenos Aires, un nerd asesinó a cuatro compañeros; en San Sebastián, un chico que siempre era blanco de las burlas saltó desde un sexto piso y se mató.
Estamos en medio de la debacle, del fin de la familia Bertotti. El vecino de atrás, Schafetti, perdió el trabajo y se dio de baja de DirecTV, y ahora nos quedamos sin televisión por cable. ¡A la mierda! Nueve meses estuvimos colgados del Primer Mundo, y fueron los meses más felices de nuestra vida. Ahora nos espera otra vez, agazapada, la mesa de Polémica en el Bar.
El treinta de mayo de 1999, a la corta edad de diecisiete años (que para un perro es como un siglo), dejó de existir nuestro amado Sumcutrule, luego de una corta dolencia, tras ser aplastado por un citroën América amarillo patito matrícula B-1384009, tripulado por un hijo de una gran puta que no se detuvo a socorrerlo. Desde entonces, cada treinta de mayo, en nuestra casa reinan el silencio, la congoja y la reflexión.