Play
Pausa
El perro es una máquina de amar. Te compras uno (o lo recoges de la calle, da lo mismo) y a los pocos días el animal te idolatra. Eres el cantante de moda, y él es una fan quinceañera. El amor del perro no tiene cláusulas, ni altibajos, ni condiciones. Es un amor automático y soluble, como el Nesquik. El perro sufre cuando te vas, se alboroza cuando regresas y, si por él fuera, te lamería los pies de la noche a la mañana. No le importa que seas feo, o asesino, o desalmado. El perro no te juzga, te ama sin ninguna razón. Su amor no tiene sentido, no te lo mereces.
Ayer vi una noticia que me trajo algunos recuerdos de la infancia. Era sobre padres que les regalan a sus hijos animales domésticos. Al día siguiente los padres se arrepienten (pues descubren que los cachorros cagan) y los abandonan en contenedores, o en la carretera. La noticia mostraba perros con los ojos tristes, y a unos señores defensores de los derechos animales, muy enfadados. Hasta aquí una típica noticia de Reyes. Pero la tele no decía nada sobre los niños a los que se les regala algo y después se les quita. Muchos defensores de animales y pocos defensores de niños hay en este mundo.
Siempre me ha llamado la atención la rigidez con que los hombres de ciencia clasifican a los enfermos mentales: paranoico, esquizofrénico, neurótico, maníaco-depresivo, etcétera. Aquí mismo, sin ir más lejos, a veces nos separan bajo estos parámetros, cuando en realidad respondemos a otras muchas características. Por ejemplo, un paranoico contento se parece mucho a un neurótico recién salido de la ducha. Mientras que un depresivo viendo una película de Esteso y Pajares no guarda mucha diferencia con un esquizoide sedado.
Una madrugada de los años noventa el ascensor de mi departamento de Almagro se quedó entre el tercero y el cuarto, y tuve que salir por el hueco junto a otros dos pasajeros. Del lado de afuera, el portero nos decía que lo hiciéramos sin problemas, que no habría riesgos. Y entonces descubrí mi fobia a partirme en dos y me paralicé de terror.