Ya lo he dicho muchas veces: los jueves son días de visitas. (También los martes, pero en ese caso solo familia directa). Los jueves es cuando aquí se abren las puertas y llegan personas de toda calaña: amigos, madres, exmujeres, hijos, estudiantes de fotografía, exhijos, señoritas videastas, etcétera. Los hospitales suelen ser lugares sombríos para el que llega desde afuera, y nosotros lo notamos en los gestos de quienes pisan esta tierra de nadie por primera vez. Sabemos diferenciar al primerizo. Lo olemos. Y nos gusta hacerle alguna que otra broma inocente.
El hombre frente a mí podía sorprender por infinidad de cosas. Para empezar, esa mañana cumplía cien años; pero también había sido amigo de Freud, había editado 52 novelas (todas con títulos de siete letras) y era el ser humano que había escrito más sonetos desde Petrarca. Sin embargo, lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de pelos blancos que le salían de las orejas.
El mismo día que a Maradona lo echaron del Mundial me cansé de mi vida. Me compré una Olivetti Bambina colorada, una carpa canadiense, pastillas potabilizadoras y una mochila de setenta litros. Convencí al director del diario para que me siguiera pagando, pero por hacer crónicas de viajes. Una vez que aceptó, me subí en Once a un tren que se llamaba El Tucumano y me fui al Norte.