Es el inicio de una larga sequía de escritura, que suplí leyendo en voz alta cuentos en radio. Algunas veces redactaba algún texto nuevo (mezclando ficción y realidad) que años más tarde incluiría en Cuentos contra reloj.
El lunes 23 de enero al mediodía Sebastián, un chico de 31 años, se sentó en un bar de Palermo y pidió milanesas con papas. El encargado del bar le trajo el plato con mala onda. En el mismo momento que empezaba a comer, un hombre canoso que estaba sentado en la mesa de enfrente pagó y se fue. Sebastián no le prestó atención, pero al minuto miró la mesa vacía y vio que el canoso se había olvidado en el suelo un bolso chico.
Lucía siempre vivió en Neuquén. Ahora tiene veintisiete años y esta historia me la explicó por correo. Me cuenta que hace veinticinco años, cuando era muy chiquita, acompañaba a su mamá a ver a sus hermanas mayores jugar un partido de hockey. Estos torneos se hacían en unas chacras neuquinas muy grandes, arboladas y a cielo abierto. Un lugar perfecto para que una nena de casi tres años pierda la noción del tiempo.
Javier y Alejandra tienen un caserón enorme en el barrio montevideano del Prado, con piscina y cuatro perros, con obras de arte y muebles caros en habitaciones de techos altos, y hasta una casita de huéspedes detrás del jardín.