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Pausa
Un estudio indica. Otro revela. Otro asegura. En su afán por confundirse con el cambalache de internet, la mala prensa aprovecha el verano para perder el norte.
Está semana quedó demostrado que un mismo suceso puede servir tanto para infamar a los nuevos métodos digitales de la información, como para denostar a los soportes tradicionales.
Los periodistas o escritores que ahora tienen entre treinta y cincuenta años han escrito su primera novela en una Olivetti de carro ancho y la última en un ordenador portátil.
La última vez que estuve en Buenos Aires fue hace cinco años. No existía la Nina, ni yo sabía qué cosa era un blog. Estuve allí veinte días en los que, sin saberlo, abracé a mi abuela Chola por última vez. También conversé con gente que quiero, padecí a Racing en directo y pisé Mercedes. Llegué a Ezeiza con un presidente y me volví a Barcelona con otro. Al regresar pasaron dos cosas, al mismo tiempo, que abrieron un círculo en mi vida: empecé a escribir unos cuentos en internet y Cristina me dijo que estaba embarazada.
El dos de junio del año 2005, en Estados Unidos, asesinaron por primera vez a un blogger. Como en esos tiempos los blogs todavía estaban de moda (ni Twitter ni Facebook habían aparecido) entonces la noticia apareció en la prensa.
Durante mi ausencia, un grupo de comentaristas rebeldes y una máquina escupespam intentaron, con todas sus fuerzas, convertir Orsai en un nido de ratas. Esta anarquía me hizo acordar a las épocas en que mis padres se iban a Mar del Plata y yo me quedaba en casa 'a estudiar', porque me había llevado todo a marzo.
Lo peor que puede pasar en una mesa, cuando el tema es Borges, es que los que conversan empiecen con la cantinela de su posición política y la mar en coche. Hasta los 25 años yo me tomaba el trabajo de discutir sobre el asunto (un día en Chile, incluso, me cagué a palo con uno). Pero desde que maduré, me levanto de la mesa y me voy sin saludar.