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Pausa
Hay una clase de gente que cuenta chistes, que sabe chistes. Saber chistes es muy fácil; te metés un rato en Internet y te aprendés noventa. Pero saber contar chistes es otra historia. Yo no sé contar chistes, y le tengo un miedo espantoso a la gente que piensa que sabe. Le tengo más miedo a eso que al cáncer de próstata.
Hay un libro hermoso del periodista peruano Julio Villanueva que se llama De cerca nadie es normal. Un título maravilloso, porque es verdad. Nadie es normal desde el microscopio.
Yo todavía vivía en España. Y una mañana recibí un correo de una revista de Bruselas: era una revista cultural que me quería hacer un reportaje. Les dije que sí, sin muchas ganas, porque yo estaba muy deprimido en esa época, y tuvimos una charla por Skype bastante simpática; aunque nunca supe bien de qué. Y después me olvidé de todo.
Tengo cuarenta y cuatro años y hace más de cuarenta que el fútbol no me importa. Empezó a no importarme cuando mi padre me dijo, en 1974, que su única ilusión era ver los mundiales acompañado. Yo tenía tres años y solamente buscaba un cosa en la vida: temas para conversar con él. Si mi padre hubiera dicho «mi ilusión es que te gusten los carros de combate alemanes de la marca Panzer», hoy miraría documentales sobre la Segunda Guerra y escribiría cuentos bélicos. Pero no fue así.