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Pausa
Hoy se cumplen veinte años de la peor desgracia de nuestra juventud y es hora de que la cuente. Cuando sos joven y te mandás una cagada, le echás la culpa a la imprudencia. Pero la crueldad no es joven ni es vieja. Durante estos años me quise convencer de que todo fue una fatalidad. Pero no: lo que le pasó al Colorado Ulmer la madrugada del 14 de agosto de 1994 fue, sobre todo, culpa nuestra.
Una doble campaña publicitaria —con tintes de revolución religiosa y conmoción vehicular— ha ganado las calles de Barcelona, Málaga y Madrid. Desde hace ya tres semanas puede verse, en los laterales de los colectivos de línea españoles, una publicidad enorme que dice, textualmente en letras mayúsculas, rojas y negras: «Probablemente Dios no existe; deja de preocuparte y disfruta de la vida».
La región de Bihar, en la India, vive estos días una ola de frío que ya causó la muerte de una treintena de personas. En una aldea del distrito de Gaya hay una escuela que, como muchas del invierno argentino, no tiene calefacción, ni kerosene para las estufas, ni presupuesto para emparchar los vidrios rotos de las ventanas.
¿En qué se parece Racing a Pinochet? "En que los dos llevan gente a los estadios para torturarla". Esto, técnicamente, es un chiste. Pero hay veces en que el humor resulta refrescante y gracioso para un grupo, pero ofensivo y doloroso para otro. En este caso, sólo hay una cordillera que los separa. Y es entonces cuando se puede complicar mucho el estofado.
La mitad de los Bertotti ya volvieron de la cárcel y ahora la familia está resquebrajada pero junta. Parecemos un jarrón pegado a las apuradas y vuelto a poner arriba de la mesa. El Caio no se habla con su abuelo; el Zacarías no se habla con su padre; don Américo habla con todo el mundo pero en un italiano tan cerrado que parece que hablara ruso, o el idioma de Julio Iglesias. Hablar en dialecto milanés es su forma de protestar.
El Zacarías y el Nacho salieron para Luján esta noche, ni bien los encontraron. ¡Y nosotros llamando a las fuerzas públicas de Mercedes! Lo único bueno de estos descerebrados es que se mandaron la cagada a treinta kilómetros, así que con suerte en el barrio nadie se entera de que están presos, porque me puedo llegar a morir de la vergüenza.
Estamos desesperados. Sin dormir, los cinco en vela a esta hora de la madrugada. Llamamos a la policía, a los bomberos; nada. Ni rastros de ninguno... Pero no quiero empezar por el final, para no asustarlos.