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Pausa
Yo conocí, en Mercedes, a un grupete muy compacto de cinco amigos jóvenes que habían visto las finales del 86 y del 90 en el mismo lugar: la casa de uno de ellos. Compartieron las cábalas típicas de los sillones, del nerviosismo cortado por el porro, de los abrazos de México y los llantos de Italia.
Hubo un tiempo en que a las personas que compartían una misma lengua en diferentes regiones (México, Argentina, España) les resultaba imposible, o por lo menos carísimo, conversar.
Nadie se pregunta para qué sirven los embajadores argentinos en cada país del mundo. Les sospechamos actividades poco esforzadas, los imaginamos en perpetuos ágapes, y siempre conocemos a alguien que conoce al hijo o a la hija de alguno.
Aquí en España, con gran certidumbre, los lectores abren las páginas del periódico los 28 de diciembre esperando que una de las noticias de portada resulte falsa.
A su regreso de México, mi amigo Comequechu nos contó una historia. Dice que va paseando, con su mujer y su hija, por las calles de Jalisco y entonces descubre, a dos pasos, la imponente Universidad de Guadalajara. En la puerta hay un cartelito con información para turistas, y lee que allí están los bustos de todos los ganadores del premio Juan Rulfo de literatura, que concede esa casa desde 1991. Sin dudarlo, arrastra a su familia por los pasillos. «Vamos a ver el monumento a Cayota», les dice.
A veces me quedo mirando a mis compañeros de encierro, sus peleas, sus amistades, y parecemos el mundo, todos los países del mundo. Si yo fuera un país sería uno bien gordo, pero al mismo tiempo sería un país que se despedaza con los años. Sería Rusia. El Niño Andoni, que es pequeñito y nos vende tabaco a precio de coste, es sin lugar a dudas Andorra. El Gelatinas se mueve todo el tiempo por su problema de parkinson, y además le gusta comer cosas picantes. Sería México y sus terremotos.
Una lectora sagaz me dice en el comentario 227 del artículo llamado España, decí alpiste, que Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más joven. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la edad de los países basándome en el sistema perro. Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro es joven o viejo había que multiplicar su edad biológica por 7. Con los países, entonces, hay que dividir su edad por 14 para saber su correspondencia humana.