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Pausa
Mientras cuento esto, mi equipo favorito es el actual campeón del fútbol argentino. En este siglo ya salimos campeones tres veces. Y yo de chico quería, por lo menos, verlo a Racing campeón una vez en la vida. No pedía más que eso. Parece una meta pelotuda, pero cuidado: durante mucho tiempo la sequía me hizo pensar que nunca iba a ser de los privilegiados.
En el año 2005 vino mi papá por primera vez a visitarme a Barcelona. Y lo primero que hice cuando llegó fue llevarlo a ver al Barça. Cuando entré con Roberto al Camp Nou, me sentí, por primera vez, llevándolo a él a la cancha.
La noche del veintisiete de diciembre de 2001, una semana después del gran quilombo, ya habíamos tenido cuatro nuevos expresidentes y yo buscaba con desesperación, en Barcelona, un bar con televisión satelital para ver a Racing salir campeón en un país que se estaba cayendo a pedazos.
Yo escribía poesías en mi adolescencia. Soneto, verso libre. Y también miraba, a escondidas de mi papá, novelas en la televisión: Rosa de lejos, Los ricos también lloran, El derecho de nacer, Un mundo de veinte asientos…
Tengo la teoría de que la cabeza, o más bien no la cabeza, tengo la teoría de que el cerebro tiene un espacio limitado y que cada vez que memorizás una información, hay otra información más vieja que se cae, que se pierde.
Esta semana leí que, en la ciudad de Buenos Aires, el 80% de los matrimonios se separa antes de los diez años de convivencia. Un porcentaje de error enorme. Y a pesar de esa estadística, en este momento de la mañana, en alguna oficina, en alguna plaza de Buenos Aires, dos personas desconocidas empiezan a charlar (ahora mismo debe estar pasando) y se gustan. Y así empiezan, de a poco, a convertirse en el ochenta por ciento de la década que viene.
¿En qué se parece Racing a Pinochet? En que los dos llevan gente a los estadios para torturarla. Esto, técnicamente, es un chiste. Pero hay veces en que el humor resulta refrescante para un grupo, pero ofensivo y doloroso para otro.
Menos la cama, todo ha mejorado en este mundo. Antes cocinábamos la sopa haciendo fuego con leña, ahora metemos el tazón directamente al microondas; hace medio siglo podíamos tener hasta cincuenta longplays en casa, hoy tenemos quinientas discografías completas en el bolsillo; ayer íbamos a los sitios a caballo y tardábamos meses en llegar, ahora nos movemos en aviones y en tren bala. Todo lo que nos importa ha evolucionado menos la cama, la cama no. Dormir sigue siendo la misma mierda desde el siglo once.