Play
Pausa
En las últimas semanas la prensa española se hizo eco de las incidencias, detalles y comidillas del último fenómeno de la televisión argentina: «Gran Cuñado».
Ya lo he dicho muchas veces: los jueves son días de visitas. (También los martes, pero en ese caso solo familia directa). Los jueves es cuando aquí se abren las puertas y llegan personas de toda calaña: amigos, madres, exmujeres, hijos, estudiantes de fotografía, exhijos, señoritas videastas, etcétera. Los hospitales suelen ser lugares sombríos para el que llega desde afuera, y nosotros lo notamos en los gestos de quienes pisan esta tierra de nadie por primera vez. Sabemos diferenciar al primerizo. Lo olemos. Y nos gusta hacerle alguna que otra broma inocente.
Hay una clase de gente que sabe chistes. Saber chistes es fácil; te sentás una tarde con un casette y, si le ponés voluntad, te aprendés noventa. Pero 'saber' contar chistes es otra historia. Yo le tengo un miedo espantoso a esa gente que, en las fiestas, te empieza a contar chistes. Le tengo más miedo a eso que al cáncer de próstata.
Una madrugada de los años noventa el ascensor de mi departamento de Almagro se quedó entre el tercero y el cuarto, y tuve que salir por el hueco junto a otros dos pasajeros. Del lado de afuera, el portero nos decía que lo hiciéramos sin problemas, que no habría riesgos. Y entonces descubrí mi fobia a partirme en dos y me paralicé de terror.