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Pausa
Cada vez que, como ayer, detienen a un montón de etarras, yo me levanto temprano y me compro todos los diarios, porque siempre aparecen las fotos de los terroristas (la mitad son mujeres). Y yo creo que no hay mujer más linda en todo el mundo que las chicas de ETA. Son igualitas, en el mejor sentido de la palabra, a lo que en la adolescencia llamábamos «las varoneras».
Dos tragedias similares, aunque con desenlaces distintos, ocurrieron ayer en Argentina y España a causa de la tradicional costumbre que tienen los adolescentes de burlarse de los compañeros de aula más introvertidos o estúpidos o deformes. En Buenos Aires, un nerd asesinó a cuatro compañeros; en San Sebastián, un chico que siempre era blanco de las burlas saltó desde un sexto piso y se mató.
¿En qué se parece Racing a Pinochet? "En que los dos llevan gente a los estadios para torturarla". Esto, técnicamente, es un chiste. Pero hay veces en que el humor resulta refrescante y gracioso para un grupo, pero ofensivo y doloroso para otro. En este caso, sólo hay una cordillera que los separa. Y es entonces cuando se puede complicar mucho el estofado.
De chico coleccionaba estampillas. Las que más me gustaban eran las de los países que no existían más: Letonia, Estonia y el Tibet. Ahora hay muchas más naciones que no existen, que cambian el nombre, que desaparecen. La semana pasada, mirando la inauguración de los Juegos Olímpicos, me puse a pensar cómo sería el mundo si dejaran de existir los países de siempre.
Hay una clase de gente que sabe chistes. Saber chistes es fácil; te sentás una tarde con un casette y, si le ponés voluntad, te aprendés noventa. Pero 'saber' contar chistes es otra historia. Yo le tengo un miedo espantoso a esa gente que, en las fiestas, te empieza a contar chistes. Le tengo más miedo a eso que al cáncer de próstata.
Me escribe, muy molesto, un lector vía mail: «Aunque tus personajes hablaban 'en argentino', tu deber es escribir con corrección. Y tu deber, en este caso, es saber que las palabras graves no llevan tilde cuando acaban en ene, ese o vocal». Y como no es la primera vez que me hacen esta acusación tan seria, aprovecharé las vacaciones para explicar por qué, a veces, nuestro único deber es que la gramática nos chupe un huevo.
Creo que vuelvo al amanecer con gripe, que no hay escuela, y entonces me quedo en la cama a descubrir la televisión matutina, que es muy rara: primero Telescuela Técnica, después las Manos Mágicas y a las once Patolandia el programa feliz. A dejarme poner la bolsa de agua caliente en los pies. A eso creo que vuelvo cuando voy. Pero también a otras cosas.