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Pausa
La noticia más espantosa de esta semana fue sin dudas el incendio del avión ruso. Y fue espantosa porque uno de los pasajeros, Dmitry Khlebushkin, que ocupaba un asiento de la fila diez, entorpeció la salida para poder salvar su equipaje de mano. Es casi una fábula infantil para enseñarles a los chicos lo que es el egoísmo. ¡Pero no fue una fábula, fue de verdad!
El otro día soñé, e incluso lo conté acá mismo, que volvía a mi casa de la infancia, y que me veía a mí mismo cuando tenía quince años, escribiendo a la noche, mi primera novela. No quise hablar conmigo mismo, pero me puse a recorrer la casa y llegué a mi habitación, a mi habitación de adolescente.
El otro día me invitaron a un casamiento, que es como si me hubieran tirado encima un tarro de mierda. No me gustan los casamientos. En las fiestas de casamiento yo soy el que se queda solo, sentado a un costado, atrás, en una mesa, mientras los demás bailan fingiendo que son un trencito.
Mi papá fue la persona más tímida que yo conocí en la vida. Supongo que su principal objetivo era pasar desapercibido. Era gestor impositivo. Se pasaba el día contando plata que no era de él. Y yo lo miraba todo el tiempo porque no sabía, no lo podía entender.
No me gustan las escenas de amor en público por algo que le pasó a un amigo de la escuela a los doce o trece años. Se llamaba Gastón Cupi y me encantaba que me invitara a tomar la leche a su casa: era siempre una aventura. En mi casa todo era normal; Chichita y Roberto eran bastante adultos, o habían madurado pronto, y yo no les podía hablar de cualquier tema, ni mucho menos hacerles cierta clase de chistes. En cambio los padres de Gastón Cupi todavía no habían madurado tanto, eran viejos de treinta y pico pero parecían más jóvenes.