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Pausa
Una tarde de 1990 fui a tomar la leche a la casa de un muchacho que se llamaba Diego Grillo Trubba. No me acuerdo bien por qué, pero en la reunión había otra gente y el asunto tenía que ver con la literatura. Fue la única vez que vi a ese chico en mi vida, y después pasaron casi veinte años. Hace unos meses reapareció su nombre en mi casilla de correos: el mismo muchacho, ya grande, me invitaba a participar de una antología de cuentos que hoy publica Mondadori (sólo en Argentina, creo) y que se llama «Uno a uno».
Hay una clase de gente que sabe chistes. Saber chistes es fácil; te sentás una tarde con un casette y, si le ponés voluntad, te aprendés noventa. Pero 'saber' contar chistes es otra historia. Yo le tengo un miedo espantoso a esa gente que, en las fiestas, te empieza a contar chistes. Le tengo más miedo a eso que al cáncer de próstata.