Play
Pausa
De repente, un video de You Tube recibe un millón de visitas. Su autora, una gordita de Illinois, escribe con el culo en una pizarra. En casa de la gorda suena el teléfono sin parar. Llaman las radios, la televisión comarcal y tres diarios regionales. Es un día de locos. La madre de la gorda no entiende, pero comienza a sentirse orgullosa. Dos días más tarde la gordita saldrá al aire en el show más visto de la cadena NBC. Y después ya no ocurrirá más nada. Silencio. La gorda intentará grabar otras hazañas, pero su momento habrá pasado.
Yo no leo a Borges, yo soy hincha de Borges. Para ser hincha de Borges, pero hincha en serio, es necesario ir todos los domingos a la cancha. No vale con ser simpatizante; es decir, no vale comprarse tres o cuatro libros de Borges durante toda la vida y ponerlos en el estante. No vale haber leído a Borges.
No hace mucho tuve que ir a una cena de parejas. En realidad, una amiga de mi mujer se fue a vivir con un tipo, y mi mujer quería conocer al novio nuevo. Yo fui como adorno. Fui como simetría, un mueble fui en la reunión.
Mi mamá, Chichita, una señora dos veces viuda de más de setenta años, se enteró al mismo tiempo de dos noticias: que me había dado un infarto y que me había separado de mi mujer.
El gran terror de mi vida es no saber cuándo voy a ser, por fin, desenmascarado. Es mi terror recurrente: estar expuesto a que las personas que me sospechan inteligente, o mundano, o simpático, o capacitado para alguna tarea compleja descubran la verdad: descubran que soy un imbécil.
Resulta que no hace mucho publiqué en este blog una historia de amor, Tetas, que me ocurrió a los ocho años. Los personajes que aparecían en el cuento eran compañeros de tercer grado que no vi nunca más, porque al año siguiente me cambiaron de curso. Como en la historia usé nombres y apellidos reales, uno de aquellos compañeros, Juan José Bugarín, me escribió un correo electrónico tan pronto se vio mencionado.
Salir de casa para cenar con gente implica una serie de actividades molestas: bañarse, vestirse, perderse un partido de la Eurocopa, comprar un vino caro, sonreír dos horas sin ganas, a veces tres. Que te acompañen por las habitaciones para que veas una casa que no te importa. Dejar a tu hija con los abuelos, extrañarla. Cenar sin tele, sin cocacola, comer ensalada de primer plato, no desentonar, no fumar si no hay ceniceros a la vista. Muchísimo menos sacar la bolsita feliz. Son demasiadas cosas para la edad que tengo.
Entre los muchos juegos de mesa que tenemos aquí para pasar las horas muertas, el que más éxito tiene es la baraja española. Los naipes suelen llevarse muy bien con los locos, desde el principio de los tiempos.