El 27 de febrero de 2004 nació el blog Orsai, con dos publicaciones por semana. Eran relatos cortos sobre mi vida privada que más tarde fueron compilados en el libro Charlas con mi hemisferio derecho.
Don Américo llegó de Europa renovado, erguido, nuevo. Colgada del brazo izquierdo traía a la sobrina nieta Luchía, una chica que no habla una palabra en cristiano pero que ya sentimos como de la familia.
Luchía nos dejó la casa llena de alegría y dibujos. Nos llenó de besos, de acento milanés, de cariño, y se fue a la Patagonia a buscar a su madre, a la que no conoce. El Nacho, enamorado como nunca lo vi en mi vida, se fue con ella.
Estuvimos tres horas buscando al gato por todo el barrio, pero no aparecía. Al principio pensamos que se había escapado por culpa de los petardos de las Fiestas, pero después la Sofi descubrió la camiseta del Caio llena de pelos. Así que al Zacarías no le quedó otra más que torturar un poco al chico para que confesara.
Desde hace una semana que vengo con una duda que me carcome los huesos. Pero hubo tanto ir y venir con el tema de las Fiestas, el viaje del Nonno, la llegada de la Luchía, las vacaciones del Nacho, etcétera, que recién ahora puedo sentarme otra vez en casa y mirar a mi alrededor. Ayer al mediodía llego a la cocina y le pregunto a mi marido sin preámbulos:
El Zacarías y yo tomamos mate. Siempre. A cualquier hora. Las veces que estuvimos a punto de separarnos, las veces que llegó un hijo nuevo a casa, cuando lo echaron del trabajo, cuando Argentina salió campeón del mundo, cuando se cayeron las torres gemelas. Cuando murió mamá...
Don Américo volvió de Europa muy cambiado, casi humano. Hace ya unos días que llora en un rincón, arrepentido de haber tratado tan mal a su esposa. No sabíamos qué hacer, hasta que la Negra Cabeza, que es medio bruja, dijo que podíamos invocar a mi suegra, la finada doña Franchesca, para que el Nonno le pidiera perdón.
La noticia la trajo a la mesa la Sofi, que es mandada a hacer para descubrir secretos ocultos del Caio. Nos dijo que lo escuchó al hermano confesarle por teléfono al licenciado Mastretta que la cosa que más miedo le daba en el mundo seguía siendo la Canción de Pinocho Malherido.
La Sofi entró a la cocina mientras yo estaba machacando las milanesas contra la mesada y me soltó la pregunta sin preámbulos, mirándome a los ojos: «Má, ¿a vos a qué edad te desvirgaron?».
El Nachito llamó anoche desde Bariloche. Dice que extraña, que están sobre la pista de la mamá de la Luchía; me dice que está enamorado... Cuando colgué el teléfono, será porque estoy sensible, me senté en el sillón a llorar un poco. No de tristeza ni nada; son esas cosas que a veces hace una y no sabe por qué.
Ya estoy cansada de escucharlos putear día y noche, a mi marido, a mi suegro, a los chicos... Son unos bocasucias. ¿No hay otras maneras de decir las cosas, digo yo? No se puede ir puteando por toda la casa a cualquier hora. Pero es en vano que les diga nada, porque la culpa no es de ellos, es de los tiempos.