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Pausa
El tonto ya no es lo que era. Ha pasado el tiempo, el siglo veinte se ha ido y las calles ya no son de tierra. En eso estamos de acuerdo. ¿Entonces por qué le seguimos dando al tonto una representación analógica? Seguimos pensando que está en las calles, pero no. El tonto de hoy ha dejado de ser aquel que no encaja en las reuniones y los grupos. El tonto actual ya no necesita salir, ya no precisa cuajar para subsistir, ni molestar con su presencia física, porque ahora vive en Internet, agazapado, careteando picardía y sutileza.
Los escándalos por pederastia en ciertos sectores de la Iglesia Católica, que aturden a Irlanda, Alemania, Francia y Gran Bretaña, comienzan a oírse, con mayor recelo pero con firmeza, también en España e Italia, países donde la fe católica está más arraigada.
Malos tiempos para la prensa tradicional del mundo entero. Se acaba el año y los datos son los peores en décadas: el New York Times anunció cien despidos en octubre, Time Warner despidió a quinientos trabajadores de sus revistas un mes más tarde, la BBC recortó sueldos y puestos directivos, hubo otros cien despidos en la editora de The Guardian, mientras que aquí, en España, la editorial que imprime revistas como Marie Claire, Cosmopolitan, Muy Interesante o Mía recortó noventa y tres puestos de trabajo hace unos días.
Entre las variadas reacciones que la opinión pública española experimenta cada vez que la ETA comete un atentado (estupor, hartazgo, impotencia, etcétera), hay una, muy indirecta y quizá frívola, que llama la atención: la mayoría de los españoles se enoja con la prensa británica, se enoja mucho y patalea los días siguientes a cada atentado, a raíz de la forma en que el periodismo inglés informa sobre los hechos en cuestión.
La prensa europea me está sorprendiendo estos días. Le está dando a la tragedia de Haití una cantidad de páginas en prensa, y de minutos en televisión, muy superior a la que suelen dar a la gente negra que se muere en países distantes y pobres.