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Pausa
Entre muchas otras cuestiones, el doctorcito V. me pregunta (documento en mano) si deseo donar mi cuerpo a la ciencia.
—¿Ahora?
—No, hombre —me dice—. Después de muerto.
De niño dormía la siesta bajo el amparo arrullador de una máquina de coser que se llamaba Singer. Aquel era uno de mis sonidos preferidos. La aguja automática cabalgando sobre las telas. Yo cerraba los ojos e imaginaba una lluvia de meteoritos, o una balacera en la esquina, o, a veces, un gusano gigante mordiendo la manzana de mi barrio. Tacatacatac.
A veces tengo la sensación de que algunas cosas que hago ya las he hecho antes. Es extraño, sí, pero me ocurre cada día, sobre todo cuando estoy en el baño, sentado en el retrete... Me da la impresión de que eso ya lo hice antes. Es el mismo olor, el mismo sonido, la misma descompostura.
Quizás me gustan los peces porque en el horóscopo soy piscis. No lo sé. Tal vez si fuese libra me gustarían los libros, si fuese escorpio las picaduras, y si fuese cáncer los tumores. No entiendo de horóscopos, en realidad. Pero sí de peces, de acuarios, de peceras, de merluzas empanadas y boquerones a la parrilla.
Hoy en el hospital toca revisión de los dientes. Es una cosa muy aburrida que ocurre una vez por trimestre y nos obliga a hacer una larga fila por el pasillo y quedarnos allí, parados o sentados, hasta que una enfermera nos llama por nuestro nombre. Casi dos horas de tiempo muerto. No puedo irme, pero tampoco puedo hacer lo que hago siempre, porque estoy esperando. El hombre, cuando está aburrido y en público, actúa diferente que cuando está aburrido y en casa. Por ejemplo, hace círculos en el suelo con la punta del zapato, cosa que no haría jamás si estuviera solo.
El dos de junio del año 2005, en Estados Unidos, asesinaron por primera vez a un blogger. Como en esos tiempos los blogs todavía estaban de moda (ni Twitter ni Facebook habían aparecido) entonces la noticia apareció en la prensa.
Estuve todo el fin de semana con un retortijón en el estómago por culpa de unas declaraciones de María Kodama a la prensa española: «A Borges le gustaba Pink Floyd», aseguraba, muy alegre de cuerpo, la viuda. Y no es que esté en contra de la música moderna; lo que me pone los pelos de punta es esta moda, contemporánea y ruin, de que los herederos saquen a relucir las intimidades de sus parientes inmortales. Sobre todo cuando lo que cuentan son esas pequeñeces de entrecasa que los muertos más han querido esconder.