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Pausa
Hace unos cuantos meses me llamó a casa Luis Rull, uno de los organizadores del EBE 2008, para invitarme a dar la charla final, la que cerraría el evento. Como Luis es muy previsor, me llamó en abril o en mayo; hace muchísimos meses. Y posiblemente lo hizo de esta manera, tan anticipada, porque sabe que únicamente digo que sí a las propuestas remotas. Digo que sí a cualquier cosa que me propongan de aquí a seis meses, porque me resulta muy complicado encontrar una excusa creíble.
Menos la cama, todo ha mejorado en este mundo. Antes cocinábamos la sopa haciendo fuego con leña, ahora metemos el tazón directamente al microondas; hace medio siglo podíamos tener hasta cincuenta longplays en casa, hoy tenemos quinientas discografías completas en el bolsillo; ayer íbamos a los sitios a caballo y tardábamos meses en llegar, ahora nos movemos en aviones y en tren bala. Todo lo que nos importa ha evolucionado menos la cama, la cama no. Dormir sigue siendo la misma mierda desde el siglo once.
Lo más raro que me pasó en la vida fue en 2015, a mediados de 2015. Una lectora se acercó después de una función y me pidió que le firmara un libro. Y yo agarro el libro y le digo:
—¿Cómo te llamás?
—Julieta —me dice.
Me invitaron a un simposio en México para disertar sobre el futuro del libro. La pregunta era: ¿Libro digital o libro de papel en el futuro? Como mi conferencia era el último día, cuando llegué me senté a escuchar a un pelado que hablaba, y enseguida me distraje. En el siglo veinte yo podía concentrarme sin problemas. Podía ir a conferencias largas y prestar atención; pero ahora ya no puedo.
Una tarde de 2006 sonó el portero eléctrico de mi casa, en Barcelona.
—Hola, soy Woung, ¿está Hernán? —me dijeron.
Una voz joven.
—Sí, él habla.
—Ay, necesito verlo. Me vuelvo esta noche, hice el viaje para conocerlo. ¿Podré pasar un ratito?
Salgo muy poquito a la calle, pero cuando no queda más remedio y tengo que hacer un trámite o algo, me pone muy triste ver los autos en la vereda, en las avenidas, estacionados.
La arquitecta Candela Prieto estaba a punto de apagar la compu de su oficina cuando recibió un mensaje en Facebook:
—Hola, me llamo Candela Prieto y tengo diez años. Te escribo desde el pasado. Me alegra saber que en el futuro voy a ser flaca y linda. ¿Me agregás como amiga?
Esta semana leí que, en la ciudad de Buenos Aires, el 80% de los matrimonios se separa antes de los diez años de convivencia. Un porcentaje de error enorme. Y a pesar de esa estadística, en este momento de la mañana, en alguna oficina, en alguna plaza de Buenos Aires, dos personas desconocidas empiezan a charlar (ahora mismo debe estar pasando) y se gustan. Y así empiezan, de a poco, a convertirse en el ochenta por ciento de la década que viene.