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Pausa
Hace tiempo estaba en casa, lo más tranquilo, y me toca timbre un chino joven. Me dice que se llama Woung y que es mi tataranieto del futuro. Yo le seguí la corriente. Le digo: —¿Qué es esto de venir al pasado? ¿Una moda?
La primera vez que pensé en el futuro fue una tarde de invierno del año 1978, en la platea de la cancha de River. Paolo Rossi acababa de meterle un gol a Austria. Era la primera vez que yo estaba en un mundial, y la suerte había querido que fuera en casa.
Anoche me encontré por Cabildo con un compañero de la primaria que no había visto nunca más desde hacía ochenta millones de años. Fue horrible verlo. Las caras adultas de las personas que dejamos de ver en la infancia no crecen con normalidad. Se agigantan de una manera perversa, se deforman.
Una tarde de 1990 fui a tomar la leche a la casa de un muchacho que se llamaba Diego Grillo Trubba. No me acuerdo bien por qué, pero en la reunión había otra gente y el asunto tenía que ver con la literatura. Fue la única vez que vi a ese chico en mi vida, y después pasaron casi veinte años. Hace unos meses reapareció su nombre en mi casilla de correos: el mismo muchacho, ya grande, me invitaba a participar de una antología de cuentos que hoy publica Mondadori (sólo en Argentina, creo) y que se llama «Uno a uno».
Pienso en la posibilidad de que exista una máquina del tiempo y me pregunto: ¿a qué parte de mi historia debería ir, qué acto tendría que cambiar, para que el futuro no me encontrase aquí, encerrado? ¿O sería mejor ir más atrás y salvar a España del nacimiento de Franco, o de David Bisbal?
Hoy en el hospital toca revisión de los dientes. Es una cosa muy aburrida que ocurre una vez por trimestre y nos obliga a hacer una larga fila por el pasillo y quedarnos allí, parados o sentados, hasta que una enfermera nos llama por nuestro nombre. Casi dos horas de tiempo muerto. No puedo irme, pero tampoco puedo hacer lo que hago siempre, porque estoy esperando. El hombre, cuando está aburrido y en público, actúa diferente que cuando está aburrido y en casa. Por ejemplo, hace círculos en el suelo con la punta del zapato, cosa que no haría jamás si estuviera solo.
—No quiero saber qué va a pasar conmigo, no quiero saber qué va a pasar con las personas que quiero. No quiero que se te escape una sola palabra ambigua; no quiero pistas. Respetá mi vida, Woung, respetá la felicidad de este noviembre en donde nadie se me ha muerto, quiero seguir acá un tiempo, no quiero que la sombra de tus datos me tapen el solcito— le dije a mi tataranieto—, lo que yo quiero saber del futuro es lo superficial, el chusmerío; soy demasiado cagón para todo lo que importa.