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Pausa
Acaba de llegarme el título de propiedad de un terrenito que me compré en la Luna. Me costó 20 dólares —gastos de envío aparte— y lo pagué con tarjeta. Además del certificado con mi nombre grandote, me vino por correo una foto satelital de mi parcela. No sé si ustedes estarán viendo la Luna, pero si la tienen a mano dibujen en ella una cara imaginaria. Mi terrenito estaría sobre el ojo derecho. La región se llama Lago de los Sueños (Lacus Somniorum en latín) y está casi saliendo del Mar de la Serenidad, como quien va al Cráter Posidonius.
Escribo esto la tarde del veintisiete de octubre de 2014, mientras espero que Mauro se olvide de pagar la cuota trienal del dominio Casciari.com. No creo que ocurra, porque es un tano muy despierto y metódico, pero por las dudas tengo la tarjeta de crédito a mano. Ya hice guardia vana en 2008, en 2011 y me toca de nuevo hoy. Pero esta vez no estoy solo en la trinchera: me acompaña mi hija.
A raíz de una espantosa confusión (que involucra un casete de chistes verdes de Jorge Corona colocado en el sitio incorrecto) mi hija de cinco años cree que el vocablo «guerra» es una mala palabra.
Malos tiempos para la prensa tradicional del mundo entero. Se acaba el año y los datos son los peores en décadas: el New York Times anunció cien despidos en octubre, Time Warner despidió a quinientos trabajadores de sus revistas un mes más tarde, la BBC recortó sueldos y puestos directivos, hubo otros cien despidos en la editora de The Guardian, mientras que aquí, en España, la editorial que imprime revistas como Marie Claire, Cosmopolitan, Muy Interesante o Mía recortó noventa y tres puestos de trabajo hace unos días.
Desde el 5 de septiembre de 1993 (y así será hasta el fin de los tiempos), cada vez que un colombiano se encuentre en el extranjero con un argentino, la conversación se detendrá siempre en «la manita».
Aquí en España, con gran certidumbre, los lectores abren las páginas del periódico los 28 de diciembre esperando que una de las noticias de portada resulte falsa.
Una lectora sagaz me dice en el comentario 227 del artículo llamado España, decí alpiste, que Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más joven. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la edad de los países basándome en el sistema perro. Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro es joven o viejo había que multiplicar su edad biológica por 7. Con los países, entonces, hay que dividir su edad por 14 para saber su correspondencia humana.
De chico coleccionaba estampillas. Las que más me gustaban eran las de los países que no existían más: Letonia, Estonia y el Tibet. Ahora hay muchas más naciones que no existen, que cambian el nombre, que desaparecen. La semana pasada, mirando la inauguración de los Juegos Olímpicos, me puse a pensar cómo sería el mundo si dejaran de existir los países de siempre.