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Pausa
Lucas y Alex, dos amigos de cinco años, están jugando en la placita del Hospital una tarde de verano. Lucas le tira piedras a las palomas, y Alex se queda mirando a un viejo que está sentado, como dormido, en un banco de madera. Ya se barrunta la llegada del otoño porque Mercedes está lleno de hojas que crujen. Los dos niños se dejan llevar, como cada tarde, por la conversación infantil.
Cada vez que, como ayer, detienen a un montón de etarras, yo me levanto temprano y me compro todos los diarios, porque siempre aparecen las fotos de los terroristas (la mitad son mujeres). Y yo creo que no hay mujer más linda en todo el mundo que las chicas de ETA. Son igualitas, en el mejor sentido de la palabra, a lo que en la adolescencia llamábamos «las varoneras».
Dos tragedias similares, aunque con desenlaces distintos, ocurrieron ayer en Argentina y España a causa de la tradicional costumbre que tienen los adolescentes de burlarse de los compañeros de aula más introvertidos o estúpidos o deformes. En Buenos Aires, un nerd asesinó a cuatro compañeros; en San Sebastián, un chico que siempre era blanco de las burlas saltó desde un sexto piso y se mató.